[ RELATO ] Paseo en una motocicleta Sanglas
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[ RELATO ] Paseo en una motocicleta Sanglas
Hola a todos.
Nuestro administrador, Stéphane, ha abierto a propuesta mía este subforo y quiero inaugurarlo con este relato en clave de humor que escribí hace algunos años.... bueno....., muchos años, sobre un día de paseo sobre una de aquellas maravillosas motos Sanglas , que muchos recordareis porque eran las que utilizaba la Guardia Civil de Tráfico.
Fueron hasta primeros de los años 80 las motos de mas cilindrada que se fabricaron en España.
Espero que os guste.
Un saludo
En 1985 ( ¡uffff! 25 años ya…) vivía en un pueblo cercano a Toledo y con uno de los primeros sueldos que tuve como funcionario interino decidí comprarme una moto. No quería cualquier moto. Quería una Sanglas.
En aquel momento Montoya, un mecánico de raza, guardia civil jubilado, tenía dos en venta: una 400 T negra que dejé pasar de largo, (cosa de la que me arrepentí siempre) y una 400 F pintada en verde metalizado. Llevaba con un cupolino con dos espejos tipo Seat Panda y unos maletones originarios de la Guardia Civil tambien pintados en aquel verde metalizado y que se abrían por arriba mediante una manilla que parecía la del portón trasero de un Cuatro Latas. .
Los maletones me decidieron. Aquello era casi como una Guzzi California. Era como ir en moto con un par de mesillas de noche a los lados de la rueda trasera. No era una moto, era casi la habitación de un hotel, como un apartamento, como…
No sé a quien había oído aquello de que las Sanglas eran las BMW españolas y en realidad aquel día yo no compré una Sanglas. Compré una BMWespañolaR100RTpartidapordos”.
Luego descubrí que aquellos maletones ponían perdido todo aquello que se metía dentro. Creo que llegué a limpiarlos hasta con limpiahornos FORZA sin conseguir resultados aceptables. Recuerdo una ocasión en Ciudad Real en la que casi me da un pasmo de frío por andar en mangas de camisa en el mes de febrero debido a que la monísima cazadora beige que guardaba en el maletón correspondiente pasó a ser de un tono atigrado gracias a las rayas negras que puso por su cuenta uno de esos maletones. Y por otra cosa podré pasar , pero por ponerme una cazadora atigrada…¡jamás.!
Y por fin llegó el sábado y esa mañana de junio me vestí como un niño de 1ª Comunión, pantalón corto, camisa de manga corta, zapatillas deportivas todo tan blanco como el expediente académico de un parvulito. Todavía no conocía yo la manía de soltar un poquito de aceite que tiene todo monocilíndrico que se precie de tal. Y mi Sanglas ejercía orgullosa su condición de monocilíndrica especialmente en este aspecto. Al igual que les pasa a las personas de cierta edad mi 400F tenía dificultades con la retención de líquidos, pero lo vivía sin complejo alguno y con el tiempo me enseñó a apreciar aquella circunstancia como un rasgo de su difícil y seductor carácter. Acepté sin rechistar su falta de retención de aceite…”mi moto es así” me decía a mí mismo, pero lo del líquido de frenos…. Ay el líquido de frenos… nunca pude con ello. Por él se fueron a la basura mis mejores camisas, jerseys y creo que hasta algún parka coreano. Incluso el progresivo encanecimiento de mi velludo pecho empezó no tanto por la edad como por las duchas de líquido de frenos a las que me sometía cuando me subía en la moto.
Odié el freno In Board como se odia al amante de la mujer a la que uno quiere, como se odia al vecino que te despierta el domingo a las 7 de la mañana con los Héroes del Silencio… . Cada vez que veo una bomba de freno como aquella, me echo a temblar y me cuesta dominar mis esfínteres. Eso sí que eran armas químicas y no el gas mostaza de la Gran Guerra.
Pues decía: el sábado por la mañana inicié la liturgia la puesta en marcha: abrí el grifo de gasolina, cebé el carburador, accioné el pedal de arranque para que el motor cogiera compresión, dí el contacto y por fin la patada definitiva que arrancó el poderoso monocilíndrico. Luego unos toques de acelerador que estabilizasen el ralentí, y el momento cumbre: unos segundos escuchando la voz única de los hierros de Hospitalet de Llobregat entonando su magistral sardana. (¡Dios!. Como lo echo de menos).
Salí de Ajofrín, (el pueblo en el que vivía) y en los primeros metros empecé a darme cuenta de los muchos errores que había cometido en la elección de la indumentaria.
El primero: que soy del Atlético de Madrid y peso 125 kilos. Un atlético nunca debe vestirse todo de blanco, por riesgo a que le confundan con un madridista. Un tío de 125 kilos nunca debe vestirse todo de blanco, por riesgo a que le confundan con un oso polar.
El segundo error: la irresistible atracción de los mosquitos por el blanco de mi camisa. Murieron tantos en ese día que llegaron a calificarlos como especie en vías de extinción.
Fue mi ya larga militancia en un partido de izquierdas la que me salvó de la purga a la que me querían someter los compañeros ecologistas mas radicales.
Y el tercero y mas grave: el pantalón corto. El calor del motor me iba churruscando los pelos de las canillas y empecé a notar el olor propio de las primeras horas de un día de matanza. Fue todo un presagio.
Llegué a Toledo y paré muy cerca de la Ermita del Valle. Al bajarme de la moto, “lógicamente” por el lado del escape, me desequilibré y la Sanglas y sus 175 kilos cayeron sobre mi pantorrilla con el escape en primer término. Dice la canción aquello de que el “dolor mas inhumano es pillarse los cojones con la tapa del piano”. Pues bien, es mentira. Nunca tuve piano con lo cual no he tenido oportunidad de probar lo anterior aunque tengo referencias de ello, pero sí me he pillado el pito con la cremallera de un pantalón vaquero y es tremendo, pero no tiene nada que ver con lo que me hice aquel día con el escape. Acudieron a rescatarme algunos turistas que me sacaron del trance místico en el que había entrado por la vía del dolor. En mi delirio recitaba sin cesar versos de San Juan de la Cruz que los turistas aplaudieron con entusiasmo.
Como un hombre bragado que montaba una moto viril donde las haya, no mudé el gesto, volví a poner en práctica el ritual de arranque, eso sí, mucho mas rápido y me fui de allí con la camisa llena de mosquitos (y algo de líquido de frenos), las zapatillas llenas de aceite y la canilla como un churrasco de cerdo. Después de 5 km. cuando llegué a Cobisa (es un pueblo, no una empresa) iba transido de dolor. Me paré en casa de mi amigo Emilio que me hizo una cura de emergencia, que me permitió seguir camino y llegar a casa sin perder ni el conocimiento ni la compostura.
Ese día aprendí muchas cosas. La incompatibilidad entre mi Sanglas , el pantalón corto y la ropa blanca. Tambien aprendí a diferenciar con claridad entre derecha e izquierda. Derecha es donde está el escape. Izquierda es donde no está y por donde hay que bajarse.
Pero pese a todas las averías y putaditas que la moto me hizo después, debido sobre todo al inadecuado uso que hice de ella, aprendí a querer a ese hierro que hizo realidad el sueño que un niño tuvo en los años 60 y cuyo sonido sigue llevándome a la niñez y a los tiempos en que las motos grandes hacían “pot pot pot.”
Nuestro administrador, Stéphane, ha abierto a propuesta mía este subforo y quiero inaugurarlo con este relato en clave de humor que escribí hace algunos años.... bueno....., muchos años, sobre un día de paseo sobre una de aquellas maravillosas motos Sanglas , que muchos recordareis porque eran las que utilizaba la Guardia Civil de Tráfico.
Fueron hasta primeros de los años 80 las motos de mas cilindrada que se fabricaron en España.
Espero que os guste.
Un saludo
En 1985 ( ¡uffff! 25 años ya…) vivía en un pueblo cercano a Toledo y con uno de los primeros sueldos que tuve como funcionario interino decidí comprarme una moto. No quería cualquier moto. Quería una Sanglas.
En aquel momento Montoya, un mecánico de raza, guardia civil jubilado, tenía dos en venta: una 400 T negra que dejé pasar de largo, (cosa de la que me arrepentí siempre) y una 400 F pintada en verde metalizado. Llevaba con un cupolino con dos espejos tipo Seat Panda y unos maletones originarios de la Guardia Civil tambien pintados en aquel verde metalizado y que se abrían por arriba mediante una manilla que parecía la del portón trasero de un Cuatro Latas. .
Los maletones me decidieron. Aquello era casi como una Guzzi California. Era como ir en moto con un par de mesillas de noche a los lados de la rueda trasera. No era una moto, era casi la habitación de un hotel, como un apartamento, como…
No sé a quien había oído aquello de que las Sanglas eran las BMW españolas y en realidad aquel día yo no compré una Sanglas. Compré una BMWespañolaR100RTpartidapordos”.
Luego descubrí que aquellos maletones ponían perdido todo aquello que se metía dentro. Creo que llegué a limpiarlos hasta con limpiahornos FORZA sin conseguir resultados aceptables. Recuerdo una ocasión en Ciudad Real en la que casi me da un pasmo de frío por andar en mangas de camisa en el mes de febrero debido a que la monísima cazadora beige que guardaba en el maletón correspondiente pasó a ser de un tono atigrado gracias a las rayas negras que puso por su cuenta uno de esos maletones. Y por otra cosa podré pasar , pero por ponerme una cazadora atigrada…¡jamás.!
Y por fin llegó el sábado y esa mañana de junio me vestí como un niño de 1ª Comunión, pantalón corto, camisa de manga corta, zapatillas deportivas todo tan blanco como el expediente académico de un parvulito. Todavía no conocía yo la manía de soltar un poquito de aceite que tiene todo monocilíndrico que se precie de tal. Y mi Sanglas ejercía orgullosa su condición de monocilíndrica especialmente en este aspecto. Al igual que les pasa a las personas de cierta edad mi 400F tenía dificultades con la retención de líquidos, pero lo vivía sin complejo alguno y con el tiempo me enseñó a apreciar aquella circunstancia como un rasgo de su difícil y seductor carácter. Acepté sin rechistar su falta de retención de aceite…”mi moto es así” me decía a mí mismo, pero lo del líquido de frenos…. Ay el líquido de frenos… nunca pude con ello. Por él se fueron a la basura mis mejores camisas, jerseys y creo que hasta algún parka coreano. Incluso el progresivo encanecimiento de mi velludo pecho empezó no tanto por la edad como por las duchas de líquido de frenos a las que me sometía cuando me subía en la moto.
Odié el freno In Board como se odia al amante de la mujer a la que uno quiere, como se odia al vecino que te despierta el domingo a las 7 de la mañana con los Héroes del Silencio… . Cada vez que veo una bomba de freno como aquella, me echo a temblar y me cuesta dominar mis esfínteres. Eso sí que eran armas químicas y no el gas mostaza de la Gran Guerra.
Pues decía: el sábado por la mañana inicié la liturgia la puesta en marcha: abrí el grifo de gasolina, cebé el carburador, accioné el pedal de arranque para que el motor cogiera compresión, dí el contacto y por fin la patada definitiva que arrancó el poderoso monocilíndrico. Luego unos toques de acelerador que estabilizasen el ralentí, y el momento cumbre: unos segundos escuchando la voz única de los hierros de Hospitalet de Llobregat entonando su magistral sardana. (¡Dios!. Como lo echo de menos).
Salí de Ajofrín, (el pueblo en el que vivía) y en los primeros metros empecé a darme cuenta de los muchos errores que había cometido en la elección de la indumentaria.
El primero: que soy del Atlético de Madrid y peso 125 kilos. Un atlético nunca debe vestirse todo de blanco, por riesgo a que le confundan con un madridista. Un tío de 125 kilos nunca debe vestirse todo de blanco, por riesgo a que le confundan con un oso polar.
El segundo error: la irresistible atracción de los mosquitos por el blanco de mi camisa. Murieron tantos en ese día que llegaron a calificarlos como especie en vías de extinción.
Fue mi ya larga militancia en un partido de izquierdas la que me salvó de la purga a la que me querían someter los compañeros ecologistas mas radicales.
Y el tercero y mas grave: el pantalón corto. El calor del motor me iba churruscando los pelos de las canillas y empecé a notar el olor propio de las primeras horas de un día de matanza. Fue todo un presagio.
Llegué a Toledo y paré muy cerca de la Ermita del Valle. Al bajarme de la moto, “lógicamente” por el lado del escape, me desequilibré y la Sanglas y sus 175 kilos cayeron sobre mi pantorrilla con el escape en primer término. Dice la canción aquello de que el “dolor mas inhumano es pillarse los cojones con la tapa del piano”. Pues bien, es mentira. Nunca tuve piano con lo cual no he tenido oportunidad de probar lo anterior aunque tengo referencias de ello, pero sí me he pillado el pito con la cremallera de un pantalón vaquero y es tremendo, pero no tiene nada que ver con lo que me hice aquel día con el escape. Acudieron a rescatarme algunos turistas que me sacaron del trance místico en el que había entrado por la vía del dolor. En mi delirio recitaba sin cesar versos de San Juan de la Cruz que los turistas aplaudieron con entusiasmo.
Como un hombre bragado que montaba una moto viril donde las haya, no mudé el gesto, volví a poner en práctica el ritual de arranque, eso sí, mucho mas rápido y me fui de allí con la camisa llena de mosquitos (y algo de líquido de frenos), las zapatillas llenas de aceite y la canilla como un churrasco de cerdo. Después de 5 km. cuando llegué a Cobisa (es un pueblo, no una empresa) iba transido de dolor. Me paré en casa de mi amigo Emilio que me hizo una cura de emergencia, que me permitió seguir camino y llegar a casa sin perder ni el conocimiento ni la compostura.
Ese día aprendí muchas cosas. La incompatibilidad entre mi Sanglas , el pantalón corto y la ropa blanca. Tambien aprendí a diferenciar con claridad entre derecha e izquierda. Derecha es donde está el escape. Izquierda es donde no está y por donde hay que bajarse.
Pero pese a todas las averías y putaditas que la moto me hizo después, debido sobre todo al inadecuado uso que hice de ella, aprendí a querer a ese hierro que hizo realidad el sueño que un niño tuvo en los años 60 y cuyo sonido sigue llevándome a la niñez y a los tiempos en que las motos grandes hacían “pot pot pot.”
Magnolio- Moderador
- Tipo de 306 CABRIO : 1,6i 90cv 1998 fase 2 rojo Écarlate
Cantidad de envíos : 457
Agradecimientos : 7
Re: [ RELATO ] Paseo en una motocicleta Sanglas
Muy buen relato!... y cuantas verdades hay allí. Las motos antiguas, una mezcla de "incomodidad" y gratos recuerdos aunque, sin duda alguna, mucho más de lo último. Saludos!!!!
leoncio al fresco- 306+
- Tipo de 306 CABRIO : 2,0i 131cv Azul (pero es SAAB)
Cantidad de envíos : 440
Agradecimientos : 16
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